Algunos dias de febrero (Inspector Mascarell 13) (Spanish Edition) by Fabra Jordi Sierra i

Algunos dias de febrero (Inspector Mascarell 13) (Spanish Edition) by Fabra Jordi Sierra i

autor:Fabra, Jordi Sierra i [Fabra, Jordi Sierra i]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788401027901
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-04-07T00:00:00+00:00


23

Cada vez más, por mera comodidad y hábito, veía la necesidad de instalarse el teléfono también en casa. Pero, de momento, no sentía el apremio que lo hiciera indispensable. Solo imaginando a David Fortuny llamándole a todas horas, se lo pensaba dos veces. Les bastaba y sobraba con el de la mercería. Lo malo era que, para según qué llamadas, telefonear delante de Teresina, o incluso de Patro, no era conveniente.

La alternativa era simple: el del bar de Ramón.

De paso, desayunaría bien.

Mientras se dirigía al bar, pensó en su compañero detective.

Ningún aviso por parte de Amalia.

Ninguna llamada telefónica pidiéndole que fuera.

Se sintió culpable. Fortuny enfermo y el día anterior ni se había interesado por él. Que Amalia no le hubiera dicho nada solo podía significar dos cosas, una mala y otra buena. La mala, que el detective estuviera peor, y la buena, que nadie requería sus servicios con aquel maldito frío.

El Tibidabo nevado.

Maravilloso.

Sobre todo, para los críos que pudieran ir por allí a jugar con la nieve.

Llegó al bar de Ramón y nada más abrir la puerta se sintió reconfortado. Una oleada de calor y buenos aromas le asaltó la pituitaria. Otros bares olían a tabaco y vino barato. El de Ramón olía a tortilla de patatas recién hecha y calamares, aceitunas... Ya no era primera hora, así que estaba relativamente vacío. Ideal para que el dueño le viera y reaccionara como siempre.

—¡Maestro!

—Hola, Ramón, ¿qué tal?

—¿Qué tal? ¡Eso usted, que viene de la calle tiritando! ¡Ya me extrañaba no haberle visto desde el domingo!

—He tenido cosas que hacer.

—¿Cosas? ¡Cómo son los jubilados de hoy, válgame el cielo!

El «jubilado» le asesinó con la mirada.

—¿A desayunar?

—Si hay algo...

—¡Cómo no va a haber algo, hombre! ¡Y si no lo hubiera, la parienta le hace lo que quiera a usía, que no tiene más que pedir! ¿Sabe que ha nevado en el Tibidabo?

—¿Y tú cómo te enteras de esas cosas, si no ves ni la montaña aquí metido todo el santo día?

—¡Yo me entero de todo! —Le guiñó un ojo—. ¿Sabe también que ayer hubo un corrimiento de tierra en el Morrot y no puede pasar ni el tranvía?

—Ni idea —le confesó.

Ramón pareció orgulloso.

—¡Hay que estar a la que salta! ¿Pide o le traigo?

—Tráeme, tráeme, a ver. Pero antes he de llamar por teléfono.

—Venga, que le doy unas fichas.

Fueron a la barra y le pasó media docena de fichas para el teléfono. Miquel no le dijo que con dos sobraban. Ya se las devolvería. Descolgó el negro auricular y primero marcó el número del piso de David Fortuny. No le sorprendió escuchar la voz de Amalia.

David seguía muriéndose.

—¿Sí?

—Soy yo, Mascarell.

—Vaya. No hace ni cinco minutos que preguntaba por usted.

—¿Cómo está?

—Insoportable. Peor que cuando le atropelló aquel coche hace cuatro meses. Si no le mata la gripe, que no creo, lo haré yo. Tendrá un caso fácil, porque le estrangularé con mis propias manos.

—¿Sigue la fiebre?

—Es la gripe. —Fue concisa—. Todos sabemos que no hay aspirina que valga, que son siete días de subida y siete de bajada.



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